lunes, 8 de septiembre de 2008

Cáceres en la antigüedad: enigmas, leyendas y verdades


Cáceres en la antigüedad: enigmas, leyendas y verdades.
Por Alfonso Callejo Carbajo

La Sección de Historia del Ateneo de Cáceres, dentro del programa de visitas históricas que viene desarrollando en los dos últimos años con frecuentes salidas hacia puntos de interés de nuestra geografía regional incorpora en el presente curso visitas también a nuestro Barrio Antiguo y otros monumentos cercanos. Sigue existiendo un lamentable desconocimiento en la población cacereña no solo de los monumentos que conforman el espléndido recinto Patrimonio de la Humanidad, de los cuales muchos ciudadanos ni siquiera conocen sus nombres, sino de la propia génesis de la ciudad y de los avatares históricos por los que atravesó. Con frecuencia me he encontrado con personas que, según me manifiestan dolidamente, no han sabido acompañar de forma correcta a familiares, amigos o conocidos foráneos en una visita al Barrio Viejo por un desconocimiento absoluto de lo que teóricamente tendrían que contar, defecto fácilmente subsanable con la sola lectura de alguna guía o libro. Estoy convencido de que los mejores embajadores de nuestro patrimonio artístico son, precisamente, los propios cacereños y en este sentido existen algunas iniciativas de divulgación dirigidas al gran público, en educación de adultos, Universidad Popular, etc. Es costumbre también en las actividades de la Sección de Historia de este Ateneo ilustrar más detenidamente los viajes y visitas realizadas con alguna charla, y este motivo e intención son los que me sitúan hoy aquí.

Es evidente que no resulta tarea fácil glosar en una breve charla todas las vicisitudes por las que atravesó nuestra ciudad en la época antigua, y ello por varios motivos. Las fuentes documentales escasean conforme vamos profundizando en épocas históricas cada vez más remotas. Y los datos arqueológicos, sustitutos habituales de la ausencia de crónicas escritas no siempre son lo claros que el historiador quisiera. Esta parquedad ha originado con frecuencia en los siglos pasados la aparición de diversas teorías e interpretaciones cuyo estudio pormenorizado sería excesivamente prolijo y cae fuera, por tanto, de nuestra intención de esta tarde. Han sido muchos los autores que de una u otra forma se empeñaron en desvelar los sugestivos recovecos de la historia antigua de Cáceres, produciendo, por consiguiente, una prolífica bibliografía que suple con creces la escasez de referencias históricas antiguas a que nos referimos, aunque frecuentemente con una sobredosis de hipótesis e imaginación. Aquí procuraremos ir citando las obras que a nuestro modo de ver aportan los más valiosos datos o los más fiables desde el punto de vista histórico, pues como en la viña del Señor, de todo ha habido y no han sido precisamente escasas las equivocaciones y hasta burdas patrañas sobre nuestro pasado, algunas de las cuales incomprensiblemente se han perpetuado durante centurias hasta que la luz de la crítica moderna ha conseguido, no sin esfuerzo, desterrarlas de los libros que hablan sobre Cáceres, incluidos tratados más o menos serios y enciclopedias de información general.




Prehistoria

Hasta mediados del siglo XX quienes se aventuraban a iniciar ya una historia, ya una síntesis o sencillamente una enumeración de los hitos más interesantes en el devenir de Cáceres como asentamiento humano comenzaba indefectiblemente por la época romana, que como veremos más adelante dota a nuestra ciudad de una nada despreciable antigüedad de más de dos mil años. Son realmente muy escasas las ciudades peninsulares que han celebrado ya su segundo milenario. Pero es que como ustedes conocen, a mediados de la década de los cincuenta se produjo un descubrimiento que hacía dar un salto astronómico hacia atrás de más de veinte mil años si queríamos comenzar con un cierto rigor los estudios de lo que mucho tiempo después se llamaría Cáceres. La Cueva de Maltravieso, -cueva urbana- cuyas pinturas del Paleolítico Superior fueron descubiertas y estudiadas en primera instancia por mi padre, Carlos Callejo Serrano, significaba que el contorno urbano de la actual ciudad de Cáceres ya estaba poblado en la época cuaternaria, no solo en la citada gruta sino con toda seguridad en otras muchas situadas en la zona del Calerizo que han ido apareciendo a lo largo de los tiempos, como relata Boxoyo o Rodríguez de Molina en el sg.. XVIII, otras que perduran todavía, como la del Conejar y Santa Ana y otras que posiblemente ya no aparezcan nunca al haber sido urbanizado gran parte de este terreno calcáreo. Imaginen por un momento la estampa formada por las tribus maltraviesenses que cazaban en los abundantes bosques cercanos de la sierra de la Mosca y de la Sierrilla en una inhóspita época de retirada de la última glaciación. Y eso sucedía aquí mismo, donde estamos ahora. No conocemos por cuánto tiempo permaneció poblada la explanada del Calerizo y tierras colindantes, aunque es de imaginar que al ofrecer fácil cobijo, alimento y abundante agua de los manantíos calizos (de donde hemos estado bebiendo hasta nuestros días), estos remotos clanes humanos, aunque nómadas, pasarían al menos el largo invierno cuaternario durante milenios. Así parece desprenderse de la datación que con utilización de isótopos radiactivos se han realizado de las pinturas paleolíticas de Maltravieso, que van desde el Auriñaciense hasta el Solutrense, es decir desde los 25.000 a los 15.000 años de antigüedad.


El periodo neolítico (desde el 5.000 hasta el 2.000 a. de C. aproximadamente) ha ofrecido desde antiguo abundantes restos óseos, cerámicos y muebles en las cercanías y en el propio Calerizo, dando claramente a entender que en esta época, donde el hombre era ya sedentario con cultivos y animales domesticados y en una climatología sensiblemente parecida ya a la actual, existió un asentamiento permanente aprovechando además una estratégica situación comarcal con varias elevaciones y situada en una de las principales rutas que ya debían existir en esta época en el paso del Tajo al Guadiana y que sin duda se utilizarían profusamente en el transporte del estaño y más tarde sirviendo al comercio fenicio. De tiempos posteriores al neolítico también existen vestigios hallados a pocos kilómetros de la capital, como las sepulturas del Trasquilón cifrables en la Edad de los Metales y otros utensilios y hasta un dolmen, el de Hijadilla, clara muestra del poblamiento de la zona durante el imperio Megalítico. Con la cultura megalítica y tartésica, de la que es una bella muestra el tesoro de Aliseda, entramos en los tiempos protohistóricos ya en el primer milenio antes de Cristo, en el, siguiendo al clásico Estrabón, habitarían esta comarca alternativamente los celtas, los vetones y finalmente y de forma definitiva hacia el siglo III a de C. los lusitanos. Se sabe que este aguerrido pueblo, al igual que el resto de las poblaciones autóctonas de la Península, para defenderse de las invasiones indoeuropeas que se recrudecieron sobre todo a partir del siglo V a de C. fortificaban sus posiciones de vigilancia que constituían sus asentamientos dando lugar a los llamados castros, de los que todavía existen palpables vestigios en muchos lugares elevados de nuestra provincia. Un castro lusitano, por tanto, no podía faltar en alguna de las elevaciones naturales del actual Cáceres, desde donde se oteaban los caminos que llevaban al Tajo por el Norte y al valle del Guadiana por el sur, esbozo viario que tiempo después se llamaría Vía Lata o vía de la Plata. Algunos autores quieren ver vestigios de esta muy posible fortificación protohistórica en la parte alta de la Plaza de las Veletas y en la cimentación de alguna torre y tramo de la muralla este. Cuál sería el nombre de este primitivo bastión defensivo germen de nuestro actual Cáceres es algo que no sabremos nunca.



Época Romana

Entremos, pues, en la Historia, esto es, en el momento en el que los documentos escritos ofrecen ya algo más que hipótesis y suposiciones. Resulta para ello interesante recurrir a las fuentes latinas que relatan los episodios de la romanización en estas latitudes: Apiano, Plutarco, Suetonio, Tito Livio o Plinio el Viejo, entre otros. Estas crónicas hablaban profusamente de la resistencia que el pueblo lusitano oponía a las legiones romanas.. En 155 a de C., al finalizar la “paz sempronia” se produce una importante rebelión de lusitanos aliados con vetones, cuyo enfrentamiento con las tropas romanas tendría lugar en algún punto indeterminado al norte del Tajo, no lejos de aquí. La espeluznante traición de los pretores romanos Lúculo y Galba es famosa en los textos latinos. Engañados los lusitanos con promesas de paz y reparto de tierras fueron rodeados por las legiones y una vez desarmados, acuchillados nueve mil y hechos prisioneros más de veinte mil, que fueron transportados a las Galias y vendidos como esclavos. Uno de los escasos fugitivos de aquel desastre fue un joven llamado Viriato, que poco más tarde y reunido un nuevo ejército indígena para vengar aquella infamia fue la pesadilla de Roma durante más de diez años. En el año 140 a de C. el Senado romano, que ya no podía consentir por más tiempo las escaramuzas de nuestros aguerridos antepasados lusitanos –hechos que coincidían además con la resistencia de Numancia- nombró al general Quinto Servilio Cepión para combatirlos, el cual con un potentísimo ejército y para el transporte del mismo explanó la antigua vía que desde tiempo inmemorial cruzaba esta comarca, creando además un fuerte campamento cercano a donde nos encontramos. Este fue pues, el nacimiento como tal de la Vía de la Plata, en principio como vía terrena, pues no sería calzada hasta la época del Imperio, y del campamento Castra Servilia del que nos ocuparemos en breve. Muy posiblemente en este campamento se tramó la traición y el asesinato del gran caudillo hispano, hecho que pudo tener lugar, según Floriano en las cercanías del Puerto de los Castaños, donde parece se situaría el campamento lusitano. Podría identificarse el Monte de Venus de las crónicas latinas con el cerro de Cáceres el Viejo entre Grimaldo y Casas de Millán (quemado este verano, por cierto) en cuya cúspide parece entreverse la existencia de una antigua fortificación Tras la muerte de Viriato en 139 a de C., los romanos liquidan la resistencia lusitana durante varias décadas. Pero nuestros bravos antepasados no se resignaron fácilmente a los implacables impuestos y extorsiones de los questores y siguieron rebelándose contra Roma en el momento en el que las Guerras Civiles debilitaban su dominio en las provincias. Así, en el año 80 a de C. Sila implanta la dictadura en la metrópoli haciendo huir de Roma a sus enemigos. Uno de ellos fue el general Quinto Sertorio que después de exitosas campañas en África viene a Hispania y contacta con el pueblo lusitano, sabedor de su permanente ansia de venganza contra Roma. Y así lo hace con éxito infringiendo severas derrotas con su ejército formado por guerrilleros locales y romanos fugitivos, utilizando también la incipiente calzada que venimos citando. De la misma forma que sucediera durante las rebeliones de Viriato, Roma designa a otro general de prestigio para acabar con la traición sertoriana. En este caso se trata de Quinto Caecilio Metello, quien en 79 a de C. penetra en la comarca por el Guadiana creando un fuerte campamento, Castra Metellina (actual Medellín), y a lo largo de esta vía terrena construida en su día por Servilio va implantando otros campamentos defensivos, como Castra Caecilia en Cáceres llegando hasta el confín de las sierras provinciales donde sitúa otro asentamiento defensivo, Caecilius Vicus (Baños de Montemayor). A pesar de la enorme superioridad numérica romana (se habla de cincuenta mil legionarios contra ocho mil guerrilleros), Sertorio derrota estrepitosamente a Caecilio Metelo, pasando a la Hispania Citerior para enfrentarse ahora a Pompeyo –una vez muerto Sila- y encontrando el bravo general finalmente la muerte, igual que sucediera con Viriato no en el campo de batalla sino víctima de un puñal asesino. No existen más crónicas que hablen de otros levantamientos lusitanos dignos de mención, y la romanización avanzó rápidamente a partir del 73 a de C.

Bien, pues tras este repaso de la difícil incorporación de la comarca cacereña al orden romano, ya han aparecido dos de las tres piezas del rompecabezas que constituye la famosa frase de Plinio donde da noticia de las colonias romanas instauradas en la provincia lusitana una vez pacificada. Me refiero a los campamentos de Castra Caecilia y Castra Servilia que hemos citado. La frase en cuestión enumera dichas colonias, a saber Augusta Emérita, Castra Metellina, Scalabis Julia, Pax Julia y (literalmente) Norbensis Caesarina cognonime contributa sunt in eam Castra Servilia, Castra Caecilia. Es decir, que junto a Norba Cesarina existían dos poblaciones contributas o dependientes de menor entidad, los dos castra. Conocida desde antiguo esta famosa cita de Plinio, de siglo I. de nuestra Era, el arduo trabajo de buscar localización exacta actual a esos tres topónimos ha sido el empeño de todos los autores desde los cronicones del Renacimiento hasta prácticamente nuestros días, y hay que decir que el enigma aún no está resuelto en su totalidad.

Procede referirnos ahora, además de a esta cita de Plinio el Viejo a otro documento esencial para tratar de desvelar las dificultades de localización de la colonia y sus contributas. Se trata del itinerario de Antonino Caracalla, del siglo III, donde cita las mansiones o lugares de reposo para viajeros y cabalgaduras situadas a lo largo del camino de la Plata que desde Emérita se dirigía a la capital de los astures, Astúrica, actual Astorga. Cabría hacer mención también a documentos posteriores que redundan en la misma información con los nombre de mansios más evolucionados, como el Anónimo de Rávena o Ravennate del siglo IV o las tabletas de Lépidus, unas téseras de barro de carácter militar que se conservan en Oviedo, aunque hoy existen serias dudas sobre su autenticidad. Las mansio del itinerario de Antonino partiendo de Mérida son: Ad Sorores, a XXVI millia passum (1480 m.), 39 Km. en las proximidades de Casas de Don Antonio, en la dehesa de Santiago de Bencaliz; Castra Caecilia, que figura en ablativo Castris Caecilii, a XX m.p. de la anterior, en lugar prácticamente coincidente con la actual ciudad de Cáceres, Túrmulus a XX m.p., en la zona de Alconétar y actualmente sumergida bajo las aguas del pantano, Rusticiana, cerca de Galisteo y a XXIII m.p., Cáparra y finalmente Caecilio Vico, cerca de Baños, por donde la calzada entra en la provincia salmantina siguiendo su dirección hasta Astúrica.

El hecho de que ni en este itinerario ni en los posteriores se cite a Norba Cesarína y sí a Castra Cecilia al pasar por el enclave que hoy ocupa nuestra ciudad fue la causa de que durante siglos Cáceres fuera identificada sin género de dudas con este antiguo campamento, opción que ofrecía, además, una cierta semejanza fonética: Castra Caecilia-Cáceres. Prueba de esta identificación es la mención latina de nuestra diócesis Coria-Cáceres que todavía se llama (Cauriensis-Castrorum Caeciliorum). No faltaron “investigadores” desaprensivos que para fortalecer sus hipótesis inventaron lápidas miliarias con inscripciones alusivas a Castra Caecilia y la distancia exacta desde Emérita, asegurando haber sido encontradas en Cáceres. Es el caso de la que pretende Solano de Figueroa haber descubierto en la calle Moros y que recoge Simón Benito Boxoyo en el siglo XVIII, expresando ya sus dudas sobre su autenticidad. A Solano de Figueroa se refiere Floriano con las siguientes palabras: “el más cándido de cuantos imaginativos se dedicaron a emborronar nuestra Historia”.

Sin embargo ya en el siglo XVII hubo autores partidarios de situar Norba Caesarina en Cáceres, como Ulloa Golfín, basándose en las Tablas de Ptolomeo, muy adelantado a su época y cuyo famoso Memorial (el Memorial de Ulloa) puede considerarse el primer intento serio de acometer una historia de Cáceres, de gran mérito habida cuenta de los escasos medios y limitaciones metodológicas de la época. Seguidor de Ulloa fue a finales del XVIII el ya citado presbítero cacereño Simón Benito Boxoyo que también se adhiere a esta opción en su “Historia de Cáceres y su Patrona”, tesis que sin embargo no encontró adeptos en su época.

Ahora bien, de dar crédito a la hipótesis que se ha mantenido durante más tiempo, si Castra Caecilia era la actual Cáceres, ¿dónde situar entonces a la colonia Norba, de la cual era contributa? Pues hasta finales del siglo XIX la opinión más generalizada era Alcántara, como expresa, por ejemplo, Nicolás Díaz y Pérez en 1887. El único fundamento para ello era la suposición de que junto al famoso puente debió existir una famosa ciudad, y se echaba mano de Norba al estar las demás colonias identificadas. De la mano de Carlos Callejo no es difícil rebatir esta hipótesis. No hay ningún caso en Hispania en el que una población contributa se situara nada menos que a 60 Km. de su colonia, entre las que sin duda habría varios pueblos. Por otro lado, no existen vestigios claros de que en Alcántara existiera población romana. Pero es que de haberla, y siendo la datación del puente del siglo II, tampoco se sostiene que la supuesta colonia Norba, una de las cinco ciudades más importantes de Lusitania y fundada en el siglo I antes de Cristo careciera de puente para cruzar el rió durante trescientos años desde su fundación. A mayor abundamiento, entre los once municipios que costearon el célebre puente y cuyos nombres constan en una lápida conmemorativa en el mismo, tampoco figura el nombre de Norba, siendo realmente extraño, caso de admitirse la tesis alcantarina, que toda una Colonia tuviera que esperar a que once poblaciones indígenas sufragaran trescientos años después la construcción de esta obra. A este respecto pueden consultarse los trabajos de Antonio Blanco Freijeiro y Ricardo Hurtado de San Antonio.

A lo largo del tiempo no han faltado otras poblaciones candidatas a ser la antigua Norba, como Brozas, Berzocana en opinión de Cortés y López en el XIX e incluso Ibahernando, en opinión de Roso de Luna, ni, de nuevo, torpes intentos de apoyar epigráficamente la candidatura, como es el caso de los cronistas de la Orden de Alcántara que dieron noticia de la aparición, en el campo de Brozas, de una lápida que hablaba de una República Norbensis con la que engañaron a Muratori, a Claudio Constanzo, a Cean Bermúdez, y a José de Viu, hasta que Fidel Fita y sobre todo el gran epigrafista alemán Emile Hübner, al que nos referiremos a continuación demostró que dicha lápida se había confeccionado zurciendo pedazos de varias auténticas de Cáparra hasta conseguir el texto deseado.

Ha habido una cierta tendencia a descartar como fuente escrita útil las tablas de Ptolomeo por los errores cartográficos que encierran, y que aunque citan a Norba Kaisareia (las tablas están escritas en griego) adolecen de la precisión que necesitamos al existir esta problemática puntual. Hoy día está bastante generalizada la tesis, en los ámbitos científicos, de que es la actual capital cacereña, concretamente el Barrio Monumental la que se asienta sobre las ruinas de la antigua Norba, y pueden añadirse razones de tipo arqueológico, pues no en vano las murallas sobre las que los árabes levantaron su cerca son las únicas romanas de importancia que se conservan en la provincia. Es igualmente el único sitio donde se han encontrado esculturas romanas, prueba de la existencia de una población floreciente, y por si fuera poco en el año 1794 al efectuarse unas obras en el patio de una casa de la puerta de Mérida apareció un epígrafe con las inscripción COL. NORB. CAESARIN. Si bien ésta lapida hoy está desaparecida, nadie ha dudado de su existencia real debido a la respetabilidad de quienes la citan: Benito Boxoyo y Masdeu, siendo recogida por Emilio Hübner en su monumental Corpus de Inscripciones Latinas.

Este gran epigrafista alemán en un memorable artículo publicado en el BRAH y en la Revista de Extremadura en 1899 con el título de “Cáceres en tiempo de los Romanos” desterró cualquier hipótesis que no contemplara la ecuación Norba = Cáceres. Finalmente, en el año 1930 al derribarse parte de la muralla para la construcción del mercado junto al Ayuntamiento apareció otra lápida formando parte de una puerta romana bajo la muralla árabe en la que se dedicaba la Colonia Norba Caesarina a Lucio Cornelio Balbo como Patrono. Este epígrafe sí que se conserva en el despacho de la alcaldía. Dejamos aquí de momento el contencioso de la situación de Norba para analizar someramente los problemas que también se plantean sobre su fundación. Pero antes, y como algunos de ustedes se estarán preguntando que dónde se sitúan entonces las dos poblaciones contributas, nos detendremos brevemente para decir lo siguiente: hay bastante consenso en admitir que Castra Caecilia es el campamento romano fundado por Metello que se encuentra en la carretera de Torrejón, en la dehesa de Cáceres el Viejo a unos 2,5 Km. del recinto amurallado de Norba. Fue investigado y excavado por el alemán Adolf Shülten por dos veces, en 1910 y entre 1927 y 1930. Según los sondeos arqueológicos Shülten mantenía que el campamento fue totalmente destruido por un incendio un año después de su construcción, tal vez producto de ser arrasado por los lusitanos de Sertorio. Esta hipótesis, sin embargo no se sostiene al haber aparecido posteriormente bronces imperiales de una época mucho más tardía, así como vestigios de oficios pacíficos, clara muestra de que tras su uso militar albergaría población civil durante bastante tiempo.. La localización de Castra Servilia, sin embargo todavía no ha concluido. Hay quienes la sitúan en el barrio de San Blas-Seminario, zona en la que tradicionalmente han aparecido vestigios romanos, en el cerro de Peña Redonda, en el Cerro de los Romanos, como opina García y Bellido y hasta en el Casar de Cáceres, opinión mantenida por el Dr. Roldán Hervás. Modernamente los profesores José Salas y Julio Esteban, de la universidad extremeña son partidarios incluso de situar a Castra Servilia en Cáceres el Viejo, mudando por consiguiente de su emplazamiento a Castra Caecilia, que pasaría al barrio de San Blas. Y no faltan autores que siguen sin ver a Norba en el Barrio monumental, como sostiene Juan Gil Montes, allí estaría la Castra Cecilia del Itinerario. Esta variedad de opiniones se deriva, entre otras cosas de la poco clara trayectoria de la vía de la Plata en su tránsito por Cáceres y cercanías, y el análisis de todas estas opciones no solo nos llevaría un tiempo precioso del que hoy no disponemos, sino que con seguridad sería objeto de un amplio debate, que la Sección de Historia del Ateneo no descarta acometer en su momento.

Sobre la fundación de Norba, y enlazando con la lápida dedicada a Cornelio Balbo encontrada en 1930 cabe decir que los Balbos pertenecían a una antigua familia indígena gaditana con gran influencia en Roma, pues hasta consiguieron la ciudadanía romana tras un espinoso proceso en el Senado que puso en graves dificultades a Pompeyo, siendo defendidos los Balbos nada menos que por Cicerón. Uno de los integrantes de esta familia, Lucio Cornelio Balbo maior luchó junto a Metello en las guerras sertorianas. Parece que un sobrino suyo de igual nombre, apodado por ello minor -el Menor- viene a Hispania en el año 43 a de C , según el profesor Antonio Floriano y son numerosas las monedas acuñadas con su nombre. Nombrado cónsul y tras exitosas campañas en África venciendo a los Garamantes recibe honores en Roma, obtiene el título de Imperator y regresa a Hispania en 20 a de C., dedicándose a realizar fundaciones. En el año 19 a de C. fundaría por tanto Norba Caesarina siendo además su patrono como consta en la mencionada lápida Esta es la opinión del profesor Floriano en el año 1957 en que se publica su interesantísima y documentada Historia de Cáceres.

Para Carlos Callejo, sin embargo, la citada lápida no tendría carácter fundacional, sino solamente votivo. Cornelio Balbo, siendo en efecto patrono, como consta en la lápida, no necesariamente sería fundador de la Colonia. El hecho de que Norba tenga el cognomen de Cesarina indicaría, como sucede en otras poblaciones de Hispania, que su fundación tendría lugar durante el mandato del poderoso Cayo César octaviano entre los años 43 y 27 a de C., pues el cognomen de las ciudades fundadas por Julio César es invariablemente el de Julia. En este intervalo era procónsul de Hispania un personaje llamado Cayo Norbano Flaco, gobernador entre los años 36 y 34, quien después de sofocar una revuelta lusitana establecería en aquella estratégica colina donde ya existía un castro defensivo indígena, a sus soldados veteranos, deudos y parientes. Es un hecho que a partir de esta época comienzan a aparecer en Cáceres y alrededores epitafios de personas llamadas Norbanus, contabilizándose actualmente más de cuarenta epígrafes El fundador de Norba sería, por tanto, Cayo Norbano Flaco y ésta tendría lugar hacia el año 34 a de C. Refuerza esta hipótesis el hecho de que Lucio Cornelio Balbo era además yerno de Norbano, y al morir éste, su fundador, la colonia se puso bajo el patronazgo de Balbo, como reafirma García y Bellido.

Esta diferencia de 15 años en la fecha de su fundación según ambas hipótesis no tendría mayor importancia, pero en 1965 el abogado placentino Antonio Sánchez Paredes (recientemente fallecido), sobrino del investigador de principios de siglo Vicente Paredes pronunció 4 conferencias sobre Norba Cesarina donde igualmente sugería la fecha de 34 a de C. para su fundación. Ello quería decir que al año siguiente, en 1966 se cumplían exactamente dos mil años justos, y era una ocasión ideal para conmemorar debidamente la efemérides con eventos de resonancia nacional, como así fue. Se formó una comisión pro-bimilenario encabezada por el alcalde Alfonso Díaz de Bustamante, pero, a la vista de las voces discrepantes que se comenzaban a oír, con buen criterio se pidió además la mediación de la Real Academia de la Historia, la cual nombró ponente para este contencioso al eximio profesor D. Antonio García y Bellido quien finalmente en su dictamen oficial corroboró a Norbano y a la mencionada fecha como las de más alta probabilidad histórica. El bimilenario se conmemoró solemnemente no sin la oposición de quienes mantenían otras fechas, como el citado profesor Floriano y el magistrado y hoy académico Pedro Lumbreras. Esta fue, a mi juicio una de las últimas y románticas polémicas entre eruditos locales, tan fructíferas para el avance de las investigaciones al ponerse encima de la mesa el resultado de estudios críticos, con edición de trabajos, folletos, artículos y réplicas, como los recogidos en una curiosa publicación, que si extraño tenía el nombre, más extraño era su sistema de edición. Me refiero a “El Miliario Extravagante”, desenfadado boletín que editaba su director a ciclostil enviando los ejemplares a sus suscriptores desde París, lo cual confería, y en aquellos años, una inquietante y no menos romántica aureola de clandestinidad. Era su autor Gonzalo Arias, traductor de la UNESCO en Francia y gran aficionado al estudio de la vías romanas. Pocos años después se creaba la Universidad de Extremadura, instaurándose en Cáceres las facultades humanísticas y quedando dentro de sus muros y de sus recovecos curriculares estos interesantes intercambios de los que antes participaba la población en general, poniéndose de manifiesto la falta de conexión entre los foros académicos y la sociedad donde se incardinan y dando origen a una situación que todavía perdura y que solo es paliada por algunas iniciativas culturales de las que hoy es prometedora muestra el Ateneo donde nos encontramos.

¿Qué pasó con Norba Caesarina? ¿Por qué no conservó su nombre como ocurriera con Emérita, Olisipo, Valentia, Tárraco o Corduba y en su lugar existe hoy un Cáceres que jamás podría derivarse lingüísticamente de Norba? Pues tampoco a estas preguntas hay respuestas unitarias, habiendo tomado la investigación histórica derroteros divergentes dependiendo de la época o del autor, clara muestra, de nuevo, de la absoluta ausencia de fuentes documentales que hablen de ello. Hay quienes opinan que a partir del siglo III Norba desaparece por completo abandonada por sus moradores y no se vuelve a saber nada de ella durante nueve siglos, hasta el punto de que se considera el establecimiento en sus ruinas de los almohades como una especie de segunda fundación. Tal es la opinión del profesor Floriano, y de otros que piensan de este modo para poder justificar su omisión en el Itinerario de Antonino, que data del siglo III.

Por el contrario, otros investigadores son poco partidarios de esta pronta desaparición aludiendo a restos epigráficos posteriores al siglo III y a las propias murallas romanas que según los especialistas se comenzarían a construir en la época de Aureliano para la defensa ante las primeras invasiones germánicas. Existe una tradición, además, de que Norba aún existía con este nombre en la época visigoda, perteneciendo al conventus emeritensis y sería Leovigildo, durante las luchas contra su hijo Hermenegildo quien arrasaría Cesárea y Mérida. Así nos lo relata Aureliano Fernández Guerra a finales del XIX y Publio Hurtado en 1927. La pervivencia de Norba en esta época solo se basa en la muy dudosa lectura de algunas monedas visigodas.

Pero más pronto o más tarde, lo cierto es que Norba, en efecto, fue arrasada, al igual que sucediera con otras poblaciones situadas en la vía de la plata, como Cáparra, y no volvemos a tener noticias de la población aquí asentada nada menos que hasta el siglo X, en plena dominación islámica, aunque con otro nombre como ahora veremos.

Ahora bien, cabe preguntarse ¿esa destrucción sería tan drástica para no dejar rastro humano alguno en este asentamiento durante centurias? El que no conozcamos documentos que hablen de Norba o de que éstos no la citen durante cinco siglos no significa necesariamente que la población desapareciera por completo. Hay poblaciones de importancia menor que no son citadas en itinerarios o crónicas y que sin embargo han pervivido a lo largo del tiempo como muestran los restos arqueológicos. El hecho de que Norba se situara en un lugar estratégico, cruce de caminos y de que formara un cierto sistema con otras dos poblaciones contributas muy próximas invitan más bien a creer, aunque solo sea un acto de fe (y estos tienen poca cabida en el método científico) en un cierto desplazamiento y reagrupamiento poblacional de estos tres vicus en una sola entidad que perviviría lánguidamente amparada por las ruinas de la otrora floreciente Colonia Norba Cesarina. ¿Cómo se llamó este pequeño núcleo heredero de la gloria norbense destruida por las hordas germánicas a la caída del Imperio? Pues se llamó Castris, como de hecho figura en los itinerarios hasta el siglo VI, ablativo de Castra, campamento.


Cáceres árabe

Los árabes, tras el desmoronamiento de la monarquía visigoda y en su rápido avance hacia el norte, al llegar a este enclave encontraron un cerro donde se apreciaban los restos olvidados de murallas graníticas de una antigua ciudad cuyo nombre desconocían, pero en su falda pervivía un pequeño y tal vez humilde asentamiento de nombre Castris, que adaptaron a su prosodia dando el topónimo Qázrix que figura en las crónicas del geógrafo árabe Ibn Hawqual, del siglo X y posteriormente en los tratados de Ibn Kattan y Al-Idrissi. La conversión de las letras st de Castris en z de qázrix es típica en las arabizaciones de topónimos latinos, como es el caso, por ejemplo, de Cesaraugusta que los árabes adaptaron a saraguza, actual Zaragoza. Con este nombre de qázris y cázres figura ya nuestra ciudad en las crónicas leonesas anteriores a la reconquista. Y llamamos la atención sobre el hecho, resaltado ya por Menéndez Pidal de que como realmente pronunciamos todavía los cacereños el nombre de la ciudad es Cázres, debiendo hacer un pequeño esfuerzo para pronunciar la forma escrita Cáceres. Y más aún, en muchos puntos de la provincia, sobre todo los cercanos a la raya portuguesa y Sierra de Gata lo que suele escucharse es la genuina forma árabe de Qázris, tal vez debido a la influencia dialectal de origen leonés. Someramente hemos abordado la etimología del nombre de nuestra ciudad que hoy es admitida prácticamente sin discusión por historiadores y lingüistas y que mi padre puso de manifiesto en sendos libros publicados en 1962 y 1980, donde se dedican varios capítulos tanto a mostrar la evidencia de esta tesis como a argumentar sobre los graves inconvenientes de otras equivocadas y hasta ciertamente graciosas, como aquella que estuvo en boga durante dos o tres siglos y que aseguraba que el nombre de Cáceres provenía de Casa de Ceres, aludiendo a la famosa estatua de la diosa Ceres, que por cierto ni es diosa ni es Ceres. Tal es la opinión, por ejemplo, de Sorapán de Rieros. Tal y como dice el vulgo “voy a ca mi tía” o “estoy en ca mi abuela”, podía decirse “estoy en ca Ceres”, y se quedaban tan campantes con la etimología.

También hasta el siglo pasado era frecuente encontrar autores, como Mélida que hacían derivar Cáceres de la palabra Alcázares, por los palacios que tenía, olvidando que, como hemos dicho, lo que los árabes encontraron fue un cerro huérfano de cualquier edificación lujosa. El alcázar y los palacios los tuvo mucho tiempo después, siendo realmente peregrino pensar que esperaran al aspecto que tuviera una vez terminada para ponerle entonces el nombre.

Vamos a dejar ya en este punto la larga enumeración de teorías, enigmas y leyendas que el tiempo ha ido acumulando sobre nuestra historiografía en la época antigua. No hemos hecho más que mostrar una semblanza de lo sugestivo que llega a ser la investigación de nuestro largo pasado, Y evidentemente no hemos hecho más que comenzar. Falta adentrarnos en las vicisitudes de la dominación almorávide, los tiras y aflojas con las huestes leonesas, el establecimiento de los Fratres de la Espada, la reconstrucción almohade, la reconquista de Alfonso IX con leyenda incluida y el resurgimiento medieval que dotó a nuestra ciudad del inconfundible perfil del que hoy nos sentimos orgullosos. Dejamos todo esto para otra ocasión en la que con seguridad voces más autorizadas seguirán desgranando este apasionante devenir histórico del que hoy es heredera nuestra hermosa ciudad de Cáceres.

1 comentario:

Valdomicer dijo...

¿Por qué no organizáis visitas guiadas por la ciudad antigua?
Una tarde al mes.. ¡Anda!